martes, 27 de septiembre de 2016

En la Presidencia del Congreso, al tomar posesión el Juramento de Ley al Presidente Electo, Don Rómulo Gallegos

     Ciudadano Presidente Electo:

     La elección en usted recaída para Presidente Constitucional de los Estados Unidos de Venezuela representa en la historia de nuestro país un hito capital, de esos que separan épocas y definen cambios de rumbo definitivos. Tras una campaña electoral ardorosa, en que no se ahorraron epítetos, acusaciones y ataques de parte y parte, como suele ocurrir en todo debate de la índole en cualquier país democrático, advino el día de decidir si estaba fundado en hechos reales el alegato de que la patria de Bolívar era incapaz de ejercitar y expresar dignamente su voluntad soberana. El resultado de esa jornada memorable, de ese 14 de diciembre de 19947, lo conoce el mundo: no hubo un solo muerto, ni un herido, ni un atropello, ni violencia alguna. En filas disciplinadas, respetuosos del derecho ajeno, el hombre y lamujer de Venezuela, desde el adolescente de más de 18 años hasta el anciano de cualquier edad, alfabeto y analfabeto, acudieron ordenadamente a las urnas, custodiadas por representación calificada de todos los partidos, y con su voto libre se dieron a si mismos el Primer Presidente y el primer Congreso constitucional que pueden realmente reclamar en los fastos nacionales el exacto y cumplido título de representantes de la voluntad soberana del pueblo. 

     Dolería reconocer ante extraños esta triste verdad, si no fuera porque con ello nos hacemos la autocrítica más edificante y que la mejor contribuyente al desarrollo de la sinceridad democrática entre amigos que deben estimularse recíprocamente invocando testimonios cabales de la propia historia. Y porque además, con ello no estamos acusando todo el pasado de Venezuela como una negación perenne y total del sistema democrático. La justicia histórica reconoce en muchos de los hombres que dirigieron la marca vacilante de la nación por el camino republicano, después del proceso emancipador, decidida vocación democrática y anhelo sincero de afincar las instituciones políticas sobre el sólido cimiento de la voluntad popular. Desgraciadamente, la realidad social del país, la constitución no escrita emanada de un conjunto de fuerzas que tenían el control de la economía y los instrumentos materiales del poder, frustraban la noble intención de los ideólogos y propagandistas del sufragio libre. 

     Un caudillaje bárbaro, de clásica estirpe feudal, turnábase el mando, a favor de golpes de fuerza o mancuerna de componenda palaciega, como en juego de sucesión dinástica. Lo constitucional venezolano, era ese cuadro, en cuyo centro se reproducía la misma tipicidad del fenómeno que dió nacimiento a las revoluciones burguesas de Inglaterra y Francia, con su reborde de angustia colectiva minando y preparando la vía hacia el salto de la transformación histórica violenta. 

     Brusco fenómeno de penetración económica comienza a perturbar de pronto el panorama social y político de Venezuela. Descúbrense fabulosos yacimientos de oro negro; se explota intensivamente esa riqueza; defórmase poco a poco a débil estructura de nuestra economía raizal, y atropelladamente se mete en la conciencia de nuestro pueblo, con el rudo impulso que impele a la proletarización de grandes masas de clase media, la necesidad biológica de armar pelea para el subsistir físico y espiritual, dentro de normas de justicia social e igualdad política. La democracia plena y cabal, como lo exigen la experiencia del mundo y la estrategia elemental del buen sentido humano, tenía que ser la síntesis lógica del proceso iniciado. Paralelo a él, hijo de él mismo si hemos de ser exactos, culminaba otro proceso, el instrumental de la preservación del poder: la tecnificación del Ejército, y su consecuencia: subordinación del espíritu del oficial al honor militar, al superior interés de la nación y no al mezquino personal del autócrata voluntarioso. Es axiomático que donde se cierra la puerta del sufragio, se abre la del cuartel. Hasta la Revolución de Octubre, la historia del sufragio en Venezuela era la historia de su negación. De ahí el menudeo de los pronunciamientos a la española, o mejor dicho, de los vulgares cuartelazos a la venezolana. Pero en Octubre del 45, en las vísperas de un proceso electoral amañado, para la provisión del más alto cargo ejecutivo, hicieron conjunción las dos revoluciones que se gestaban separadamente, aunque alimentadas por un mismo cordón umbilical: la revolución civil que el pueblo empujaba con todo el ímpetu de su voluntad sojuzgada, y la revolución militar, que venía a rescatar el Ejército nacional, heredero de las glorias de Bolívar, de la humillante condición en que lo mantenían los regímenes autocráticos semi-dinásticos. Pueblo y Ejército son así los dos héroes colectivos de nuestra Revolución democrática, y en ellos tiene usted, ciudadano Presidente Electo, la fuerza incoercible que ha de ayudarlo a sostener en alto y en alto pabellón de la patria, de suerte que brinde sombra generosa y amparo tutelar a esta nación de hombres libres que por fin se ha encontrado a sí misma, hermosa de toda hermosura, transfigurada de candor y dignidad, y ansiosa de volver a tomar los caminos que le dieron gloria en la alborada de su vida independiente; sólo que ahora en son de paz, de baquía espiritual sin tormentas, en solicitud de solidaridad para el común empeño de liberación del yugo económico. 

     Creador de rumbos espirituales, le ha dado usted a esta patria, ciudadano Presidente Electo, un excelso gajo de resplandor que ya era –antes que el voto popular lo consagrara a usted Presidente de los venezolanos- guía infalible en la tiniebla de la incertidumbre y la desesperanza. Y porque usted interpretó su drama y descifró el mensaje de su agonía, en La Hora Menguada, Venezuela ha querido que sea la misma mano que plasmó fulgurantes personajes de ficción –símbolos acabados del hombre, el paisaje y la psicología nacionales-, la que empuñe ahora el timón de su destino, en plan de convertir en realidad lo que esbozó la preocupación del escritor y del hombre público en la obra inmortal de las letras y en el compromiso solemne. 

     Negras nueves de intranquilidad ciérnense aún sobre el panorama internacional, como consecuencia de la defectuosa liquidación del tremendo conflicto que puso fin a la amenaza de la coalición nazifacista. Corresponde a Venezuela moverse con agilidad y prudente realismo en ese mundo agitado, para no caer en el miedo, ni en la provocación, ni en el círculo de intereses egoístas de los imperialismos. Que vuestra gestión, ciudadano Presidente Electo, se encamine a situar decoro y los intereses permanentes de la nación venezolana por encima de las transitorias o permanentes querellas de los poderosos, aunque sin olvidar que somos parte de un continente que fía su seguridad y su vida misma al sentido de la solidaridad, en salvaguardia del patrimonio común de un modo de vida democrático que no puede ni debe ser puesto en peligro por nuevas incursiones de regímenes y filosofías de tipo totalitario. 

     En nombre del Congreso Nacional presento a usted, ciudadano Presidente Electo, cordiales congratulaciones por el honor que le ha discernido el pueblo venezolano al exaltarlo a la Primera Magistratura, y presento así mismo un respetuoso saludo a los Excelentísimos señores Embajadores y Representantes Especiales de las naciones amigas que honran este acto con su presencia, testimoniando así la simpatía que les inspira el normal desenvolvimiento de la democracia venezolana.





 Publicado en Bayonetas de Venezuela
México 1950
Ediciones e Impresiones Beatriz de Silva



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