viernes, 30 de septiembre de 2016

En la Presidencia del Senado, sesiones ordinarias de 1948


Queridos Senadores:

     La grave crisis política que aflige al mundo es –querámoslo o no- el primer espectador que al abrir las puertas de estas Cámaras Legislativas nacionales se instala silenciosamente junto a nosotros. Ese espectador no ha sido invitado. Asiste por derecho propio, y lo califican sus méritos de testigo universal en una causa que es el drama de la familia humana. 

   Ni podríamos, aunque en ello nos empeñáramos, eliminar del debate apasionado en torno a los grandes y urgentes problemas venezolanos la incidencia punzante de la angustia universal. La independencia de las naciones es un fenómeno que se manifiesta en el acontecer cotidiano. Así hemos de reconocer, al inaugurar este período legislativo, que la perseverancia y la influencia de esa grave crisis política que circunda el ámbito nacional, es algo para ser estimado en cuanto vale como alerta, acicate y estímulo dentro de la estratégica y la táctica de nuestras deliberaciones. 

   Sería una puerilidad intentar planteamientos de nuestra cosecha, acaso convenientes a la realidad venezolana, como panacea para males de todas las latitudes, pues ni es ése el cometido que aquí nos congrega ni el tiempo que se nos asigna deja margen para disquisiciones de ese género. Si es esencial, en cambio, que indaguemos hasta donde podríamos evitar, mediante una labor legislativa eficaz, que en nuestro suelo arraiguen y prosperen prácticas e ideologías incompatibles con el espíritu nacional, y formas de explotación y dominio del hombre divorciadas absolutamente de las normas de protección social, justicia económica e igualdad política que ha implantado la Revolución. 

   Venezuela ha tenido la fortuna de haber sabido aprovechar el salto de su retardada evolución histórica en una obra de creación que estas Cámaras Legislativas habrán de perfeccionar y dilatar. Las oligarquías económicas que en otros países provocan alternativamente estados caóticos de terror y turbulencia social, han perdido aquí el poder político, de donde nace el ambiente de equilibrio y normalidad que nos da una fisionomía de excepción en el convulsionado escenario de América; y es expresión de tranquilo ejercicio de soberanía y de confianza general cimentada, el sosiego en que se desenvuelven los procesos políticos y la actividad económica y social de los sectores progresistas –tras el natural e inevitable sacudimiento que trajo la Revolución- aún a despecho de todos aquellos problemas que todavía gravitan entre a colectividad y que se manifiestan en la angustiosa escasez de viviendas, de ciertos artículos alimenticios, y de acueductos, hospitales y servicios sanitarios para importantes poblaciones y de todo aquello que constituye herencia no liquidada de los viejos regímenes personalistas. Esta realidad de nación asistida de justicia, alimenta de fe en su destino, puede ser negada –y los es por sectores oposicionistas-, mas sólo en el plano especulativo, como recurso lícito de propaganda; en la práctica, fuera de ese círculo, nadie estaría en capacidad de negar este aserto con pruebas a la mano. Y es que la paz social de un país y su prosperidad económica y su estabilidad política no pueden ocultarse ni establecerse mediante escamoteos retóricos o simple afirmación demagógica, sino que surgen y se manifiestan con la naturalidad de los que tienen existencia real. 

   Las instituciones emanadas de la Revolución y que habrán de perfeccionar y dilatar estas Cámaras Legislativas constituyen prueba elocuente de la espléndida vitalidad que acompaña al sistema democrático. Vienen ellas a labrar la felicidad de los intereses de la nación, y no la felicidad de unos pocos a costa de la nación. Así evitamos que se reproduzcan entre nosotros –recién salidos de la oscura matriz colonial- los fenómenos inherentes ala actual crisis de la democracia capitalista, frenando los peligros de los exterminios de la derecha y de la izquierda, y situando la cuestión capital –el hombre venezolano y su destino eterno- en el centro de la preocupación rectora. Si al romperse el equilibrio social de los pueblos, produciendo catástrofes de incalculable magnitud, volvemos los ojos al solar propio, no hay duda que hallamos razones suficientes para predecir larga existencia a nuestra recién afianzada transformación democrática, y un porvenir sereno al progresivo desenvolvimiento de nuestra política. 

   A la consideración de ésta Cámara estarán este mismo año importantes proyectos de leyes y reformas de positiva trascendencia para la colectividad venezolana. La ley agria entre ellas. Buscaremos asentar permanentemente la justicia social en el campo, al propio tiempo que aumentar la producción, instituyendo normas que permitan la explotación racional de la tierra, y regulen las relaciones de los que la trabajan. Y ello sin demagogias ni miedos. La ley del trabajo requiere a su vez reformas en sentido que concilie con justicia y sinceridad de los intereses de ambos factores de la producción industrial. Estamos seguros que con estos dos instrumentos convenientemente ajustados a la realidad actual del país, la paz social quedará garantizada por muchos años. 

   Pero hemos también de acometer la reforma de otras leyes que son el complemento indispensable de la obra sustantiva de la Revolución. El Poder Judicial tiene que ser reorganizado y reformado en todas las ramas de su actividad. En el seno de una subcomisión de la Comisión Permanente, que siguió al cierre de las sesiones extraordinarias del Congreso, se originó un proyecto de Ley del Poder Legislativo, que regulará el funcionamiento de éste y sus relaciones con los otros poderes. Es vivo anhelo de las Cámaras Legislativas actuales que la vida Institucional de Venezuela descanse sobre sólidas columnas y al legislar sobre sí mismas, tenderían hacia esa finalidad, mediante el deslinde y fortalecimiento de la esfera propia de cada uno de los órganos del Poder Público, de suerte que éstos estén siempre inspirados en el mandato expreso del Soberano a través de su ley y sea esa inspiración la que prive definitivamente en este país por sobre cualquier voluntad individual, arbitraria o caprichosa. La Nación venezolana resplandecerá en toda su majestad y grandeza cuando repose tranquilamente en el equilibrio de las fuerzas institucionales básicas y en el decoro y decisión de quienes las orientan y dirigen.

   Otros instrumentos de legislación vendrán oportunamente a la discusión de las Cámaras Legislativas. El código del niño, por ejemplo, que está previsto en el artículo 49 de la Constitución, debe ser aprobado este mismo año. Prácticamente hay que reformar todo el acervo de nuestras leyes, para armonizar con la nueva Constitución y deslástralas del espíritu antidemocrático y oligárquico que las informa, e insuflarles el espíritu de la renovación y re-creación de la época que vivimos.

   Luego hemos de encarar el Presupuesto, herramienta para el laboreo acucioso del próximo año fiscal. Es aquí donde el poder Ejecutivo recoge el productos de sus desvelos por el bienestar de la Nación, tras el examen minuciosos del conjunto de problemas que se apilan cotidianamente en los diversos departamentos de su Gabinete. El objeto primordial de la atención del Legislador, al entrar a debatir el presupuesto, es si él responde, en sinceridad y previsión, a las exigencias de la técnica, y luego al imperativo que se expresa en el conjunto de necesidades publicas a satisfacer en forma equitativa, oportuna y prudente. 

   Dos actitudes generalmente se registran al hacer el enfoque de la tarea legislativa. Una es de preocupación patriótica, al margen de toda consideración de partido, consistente en dar apoyo a toda medida beneficiosa para la nación, y la otra es hacer girar todos los debates, aún sobre cuestiones nimias, al compás de mezquinos intereses políticos, de fracción o de grupo, con patente finalidad obstruccionista, enderezada a lograr que el Congreso no legisle de manera que se desacredite como institución, o que fracasen los grupos que en él predominen, liberando de su influjo a las masas que los siguen, según la conocida de típica raíz totalitaria. 

   Venezuela espera de sus representantes que no sea la actitud negativa la que trate de expresarse prominentemente en estas Cámaras este año. Mayoría y minoría están en el deber de esforzarse –delante de ese espectador silencioso que es la crisis política mundial- por imprimir a los debates que aquí han de desarrollarse sentido de responsabilidad para con la patria. Que la angustia vecina y los dolores lejanos sirvan de lección para lo que o debe hacerse, y que al buscar remedio para nuestras dolencias, no olvidemos acoplar el espíritu a la ansiedad del mundo, para mitigar en algo las suyas, en noble gesto de solidaridad humana. He aquí la más hermosa síntesis de u n programa para la labor legislativa de este año.

Queridos senadores:

   Debo agradecerles nuevamente el honor de la ratificación de vuestra confianza para el desempeño del cargo de Presidente de esta Cámara, y al aceptar complacido la designación, prometo solemnemente cumplir a cabalidad mis deberes, con ánimo sereno y espíritu justo, puestos la mente y el corazón en el desvelo de la patria venezolana. 

   En nombre de la República declaro solemnemente inauguradas en el presente año las sesiones ordinarias de la Cámara de Senadores. [1]



[1] También fue publicado en: El País (Caracas, 20 de abril de 1948) pp. 1 y 15 . Diario de Debates de la Cámara de Senadores Extraordinarias . Mes 1– No. 1 (Caracas, 24 de Abril de 1948) pp. 5 y 7

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